El eterno valor de la lectura
En los días del ayer, cuando el mundo giraba más despacio y las horas parecían eternas, los libros eran ventanas abiertas al misterio. Las páginas, amarillentas por el tiempo, guardaban secretos, aventuras y saberes que los lectores descubrían con asombro y deleite. Leer no era solo un acto, era un ritual sagrado, una travesía del alma hacia otros mundos, otras épocas, otras vidas.
Hoy, en medio del bullicio digital y la prisa que todo lo consume, los libros siguen siendo faros que iluminan el pensamiento. Aunque compiten con pantallas y notificaciones, aún ofrecen refugio a quienes buscan profundidad en vez de inmediatez. Leer es cultivar el lenguaje, ensanchar el pensamiento, y habitar la mente del otro con respeto y curiosidad.
Mañana, cuando la tecnología vista nuevos ropajes y los relatos se proyecten quizás en hologramas o floten en realidades alternas, la esencia de la lectura permanecerá. Porque mientras existan preguntas sin respuesta y corazones dispuestos a imaginar, los libros —sea cual sea su forma— seguirán latiendo como arterias del conocimiento y la belleza.
Leer es, fue y será un acto de resistencia luminosa. Es tender un puente entre el yo y el universo, entre el presente y la eternidad. Los libros no solo nos enseñan a entender el mundo, sino también a sentirlo con más hondura. Por eso, leer será siempre una forma de vivir más plenamente.