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De Nápoles a Tropea

He descubierto que, mientras él maneja, puedo escribir. Ahora en la A2 dirección Tropea acompañados de buena musica italiana, entiendo ese sentimiento del famoso “Dolce far niente” el sol, el espacio, el verdor y su gente que nos rodea.

Paramos para llenar nuestro tanque y nos dimos cuenta de que la gasolina en esta zona de Calabria cuesta 56 centavos más que en la región de Abruzzo si tienes la buena idea de llenar tu tanque en la autopista.

La radio suena es  la estación de radio Balla-Balla. Os lo aseguro vale la pena sintonizarla, cuando viajes por esta región.

 Te siente realmente en otro mundo desde tarantelas, música regional italiana, hasta pasodobles españoles pasando por Julio iglesias cantando en italiano. E inclusive escuchamos  el famoso bolero „Bésame mucho“ interpretado instrumentalmente a modo de tango: Un lujo.

Llevamos dos horas y media de viaje y, aunque la primera hora y media transcurrió entre una realidad subreal y una película de acción, ahora nos encontramos disfrutando de un viaje tranquilo, pues aún nos faltan dos horas más para llegar a nuestro destino.

El primer atasco con  el que nos encontramos fue por un impresionante choque, donde  un coche había  dado vueltas de campana en la autopista  y una parte se encontraba en nuestro carril. El corazón se me apretujaba de los nervios. Policías, ambulancias y mirones. Continuamos...

Aún no me reponía del susto, cuando en el otro carril de la autopista los bomberos apuraban pagando un fuego de un camión. Continuamos…

Según el GPS teníamos que recorrer 152 kilómetros todo derecho, pensábamos que ya podíamos manejar más tranquilos y comencé a escribir de nuevo sobre mi experiencia en Napoles y Pompeya, cuando de repente, a la altura de no sé donde,  mi esposo dijo: —¡Mira!

—No lo podía creer el neumático de la rueda trasera derecha  de un coche pequeño, —si recuerdo bien— creo que era de color oscuro, salía rodando por la autopista delante de nuestro coche en zig-zag. Mientras yo le pedía a él que bajase la velocidad, él me contestaba: — detrás de nosotros tenemos otros coches, tranquila…

El neumático rodó hasta el extremo opuesto del coche. Inmediatamente un olor a quemado llegaba hasta nosotros era el hierro chispeante del aro de la llanta que rechinaba contra el asfalto y tuvo que rodar unos cien metros sin rueda hasta poder detener el coche. Nosotros continuamos y yo estupefacta, solo acataba a intentar pensar nuevamente positivo.

Recordaba que nuestro propósito era disfrutar de la espontaneidad de las vacaciones y de la suerte que tenemos de disfrutarlas. El mar es nuestra recompensa y nuestro regalo divino de colores, de sabores, de recuerdos, de momentos para contar y otros para callar.

Unas historias son bellas; otras menos, pero todas forman parte de mi memoria viajera...

Me alegraba saber que iba  a disfrutar  de tres días con sus noches e iba a gozar de ese azul índigo intenso que comenzaba en el cielo para perpetuarse en las  aguas del Tirreno desvaneciéndose en todos sus matices posibles. Ese mar de ensueño nos compondría una sinfonía de colores única que nos acompañará ya en el recuerdo en alguna parte de nuestra memoria.

Recordaba que no teníamos plan y ese era el plan en estas vacaciones. Mientras escribía, levantaba de vez en cuando la mirada y admiraba, como al lado de la autopista los cactus cargados de sus jugosas frutas rojas, granas, naranjas y verdes, que pasaban a mi lado a velocidad vertiginosa y, al mismo tiempo, podía casi saborear su néctar delicioso mientras la boca se me hacía agua. Valió la pena seguir.

 

 

 

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