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Desde Abruzzo a Granada solo un mensaje de texto

—Hola Elena, no sabía que tenías una casa en Granada.

— Sí, en el Albayzín, con miras al Alhambra desde la plaza de San Nicolás. Y, si vas al Alhambra encontrarás un árbol con mi nombre grabado. ¡Qué recuerdos!

Me encontraba en la terraza del hotel leyendo „El Marqués de Santillana” de Almudena de Arteaga, antes de bajar a la playa, cuando me llegó este mensaje.

Guardé mi teléfono y seguí mi lectura.

Bajamos a la playa y, en un santiamén, pasó el día…

Me disponía a pagar nuestro aperitivo, cuando me encontré a bocajarro con una frase escondida en el forro de mi monedero de viaje: Rezaba lo siguiente:

—¡Déjame ser la centinela de tus sueños! —. Enseguida recordé nuevamente el mensaje de texto de mi alumno que me había enviado por la mañana, ¿coincidencia?

Reminiscencias se agolparon en mi memoria: Granada, la ciudad de mis sueños.

Aunque estamos en Italia, esa llovizna de calabobos me obligaba a sumergirme en aquellos recuerdos.

Mi bella Granada, "la ciudad llorada" la Granada mora, la del último reino nazarí.

 Recuerdo aquel viaje, donde me recibiste —Granada— entre suspiros y sirimiri.

Recuerdo como en el mirador de San Nicolás una llovizna persistente y penetrante me cubría, la misma que nos cubre hoy en la costa adriática en la región de Abruzzo, Italia.

Recuerdo a las gitanas que, mientras vendían sus castañuelas, cantaban y hacían algarabías.

Las miraba con sana envidia, porque mi corazón se encontraba en ese momento a medio camino: entre evaporarse en lágrimas y ser boyante.

En cambio, la playa de Montesilvano, donde estamos pasando unos días, se encontraba desierta su aspecto desolado después de la temporada de verano se aprecia—, solo se encontraban los tristes vendedores moros venidos de lejanas tierras—.

Allá, en Granada, eran ellas, las gitanas, las que, entre cantes y bulerías, se restregaban del alma sus culpas y la limpiaban.

Acá son estos hijos del desierto, los que enjugaban sus lágrimas en el agua revuelta del mar a mis pies.

En Granada a pocos metros de esas gitanas se encontraban dos guitarristas, —los supongo gitanos también—, llevaban el pelo negro azabache amarrado, como sus anhelos, y una tupida barba.

En esta playa también pude observar que entre esos pesados y oscuros pasos se escondía bajo su sonrisa de marfil unos ojos tristes dirigidos al infinito.

Recuerdo cómo en Granada los turistas se movían por la plaza bajo la lluvia con sus paraguas de colores; unos fotografiaban, otros admiraban el entorno y pocos contemplaban detenidamente el escenario que se abría, pleno, ante su vista; en frente se encontraba la bella Alhambra.

Majestuosa se mostraba ella, cubierta por esa cortina fina de lágrimas con más de 500 años de historia.

Y aquí en Abruzzo somos nosotros ellos, —los turistas— no llueve, pero el cielo encapotado nos obligó a salir de la playa y en el malecón paramos para beber algo y charlar sobre nosotros.

Recordé entonces una anécdota y se la conté a mi amigo de toda la vida.

Hace algunos siglos en Granada un lugareño dijo:

— «Dadle una moneda a ese ciego, porque no hay más castigo que el de no ver Granada en todo su esplendor». Tácita, asistía esa verdad, Granada es imponentemente bella en cualquier época con sol o con lluvia.

Y en la región de Abruzzo también, solo tienes que observar a tu alrededor con ojos enamorados que, aunque estés ciego, sabrás valorar la tierra que pisas.

Recuerdo también el camino que tomé de regreso a mi hotel en Granada; me adentré en el Albayzín y tomé una de las tantas callejuelas empedradas y sinuosas.

Caminaba embelesada y me tropezaba con todo tipo de gente y, sabía que cada una de esas personas, como yo, llevaba una historia a cuestas: Historias de familia, de pareja, de amigos, de trabajo, de estudiantes, etc. Yo misma cargaba la mía.

Y con este recuerdo regresábamos hoy de nuestro paseo a nuestro hotel enamorados de Abruzzo, de su mar, de su tiempo y nos imaginábamos historias de vida de las personas que nos encontrábamos a nuestro paso.

Recuerdo también que, como hoy, en esa oportunidad en Granada hice una pausa en una de las tantas teterías que encontré al camino.

Recuerdo que estas teterías se encontraban apretujadas entre pequeños bazares con olores a incienso, a oriente, a aventuras.

Las paredes estaban cubiertas con cerámicas, telas y ornamentos preciosos; las ventanas enmarcadas en colores llamativos, como el amarillo-sol (ese que no brilla) y sus torneros de un color azul intenso (como el mar de mis recuerdos).

Las lámparas a media luz, los cojines amplios mullidos y de colores bohemios. Nichos semi-escondidos, donde se podía fumar Shisha o tomar té con nombres tan sugerentes, como "Leyendas del Albayzin" o infusiones de bergamota, de canela y jengibre.

Recuerdo que en esa ocasión estaba sola, hoy estoy acompañada: Pagamos y salimos.

Recuerdo, cómo caminaba por esas calles granadinas, descubriendo sus patios interiores, sus jardines, sus piletas.

Hoy solo con la playa a nuestro costado descubríamos tristemente el paso del turista „mal nacido “ que, después de haber disfrutado de las mieles de tu mar, Abruzzo, lo deja sucio.

Recuerdo también que me encontraba ya al final del día en mi amada Granada, cuando tenues, pero dorados rayos de sol por un momento salieron para darme la bienvenida.

Me enardecí con sus rojos-grana y aspiré profundamente el jazmín, el romero, el arrayán, la noche fresca llegaba y aún lloviznaba; llovizna que a mi Granada embellecía. «Quien no te visite sufrirá su pena».

Seguía caminando, de repente, desde el paseo de los Tristes levanté la mirada y, lo divisé nuevamente: el mirador de San Nicolás sin luna. Como hoy en Abruzzo, donde la llovizna ha sido nuestra fiel compañera, pero esta vez no estoy sola, mi amigo de siempre se encuentra a mi lado y me hace compañía.

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