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Entre sismos y arquitectos

¡Déjame ser la centinela de tus sueños!

Sorprendida me encontré con esta noticia en nuestra cuarta semana de este año que, todavía no promete ser venturoso.

Foto: pexels – Noticia: pincha aquí

Así que lo único que me queda es refugiarme en mis recuerdos. Mi bella Granada, “la ciudad llorada” la Granada mora, la del último reino nazarí, está en vilo y, recuerdo.

Recuerdo aquel viaje, donde nos recibiste —Granada— entre suspiros y sirimiri. Recuerdo como en el mirador de San Nicolás una llovizna persistente y penetrante nos cubría.

Marzo 2017

Las gitanas vendían sus castañuelas, cantaban y hacían algarabías. Las miraba con sana envidia, porque mi corazón se encontraba en ese momento a medio camino: entre evaporarse en lágrimas y ser boyante.

Y ellas, las gitanas, entre cantes y bulerías, se restregaban del alma sus culpas y la limpiaban. A pocos metros de allí había dos guitarristas —andaluces, supongo—; llevaban el pelo negro azabache amarrado, como sus anhelos y una tupida la barba.

Turistas se movían por la plaza bajo la lluvia con sus paraguas de colores; unos fotografiaban, otros admiraban el entorno y pocos contemplaban detenidamente el escenario que se abría, pleno, ante su vista: la bella Alhambra al otro lado de la ciudad. Majestuosa se mostraba ella, aunque esa cortina fina de lágrimas la cubría.

Recordé entonces las famosas palabras dichas, en su momento, por un lugareño: «Dadle una moneda a ese ciego, porque no hay más castigo que el de no ver Granada en todo su esplendor». Tácita, asistía esa verdad, Granada es imponentemente bella.

Albayzín 2010

Recuerdo también el camino que tomé para bajar a la ciudad; me adentré en el Albayzín y tomé una de las tantas callejuelas empedradas y sinuosas, que me llevó hasta la calle del Beso, donde se encontraba esa cafetería que me evocaba tantos recuerdos.

Caminaba embelesada y me tropezaba con todo tipo de gente y, sabía que cada una de esas personas, como yo, llevaba una historia a cuestas: Historias de familia, de pareja, de amigos, de trabajo, de estudiantes, etc. yo misma cargaba la mía.

Hice una pausa en una de las tantas teterías que encontré a mi paso. Estas teterías se encuentran apretujadas entre pequeños bazares con olores a incienso, a oriente, a aventuras. Las paredes están cubiertas con cerámicas, telas y ornamentos preciosos; las ventanas; enmarcadas en colores llamativos como el amarillo-sol (ese que no brilla) y sus torneros de un color azul intenso (como el mar).

Las lámparas a media luz, los cojines amplios mullidos y de colores bohemios. Nichos semiescondidos, donde se puede fumar Shisha o tomar té con nombres tan sugerentes, como “Sueños de la Alhambra” o infusiones de bergamota, de canela y jengibre, o “Embrujo de la noche”.

Octubre 2010

Me hubiera gustado tomarme ahora un té y soñarte, Granada, bajo el embrujo de esta noche fría…

En el minúsculo patio interior de la tetería sonaba música melodiosa de flautines orientales y se distinguían entre sombras la silueta de tus árboles de granadas olorosas, como fruta prohibida. Estaba sentada sola: Te imaginaba, me relajaba, disfrutaba y soñaba: pagué, salí, caminé.

Caminaba por tus calles descubriendo tus patios interiores, tus jardines, tus piletas, tus granadas.

Me encontraba ya al final del día: Aspiraba tus verdes, me encandilaba con tus dorados rayos tenues de sol granadino, que por un momento salieron para darme la bienvenida.

Me enardecía con tus rojos-grana y aspiraba el jazmín, el romero, el arrayán, la noche fresca llegaba y aún llovía; llovizna que a mi Granada embellecía. «Quien no te visite sufrirá su pena».

Tus fachadas, tus empedrados con bellas figuras, tus ventanas afiligranadas, tus fuentes de agua danzarina, tus casas blancas y tus techos de teja te engalanan: sigo caminando.

De repente, levanto la mirada y lo divisé nuevamente: el mirador de San Nicolás, donde por las noches, en especial las plenilunadas, se suelen juntar los enamorados para cantarle a su luna llena. Pero esa noche llovía.

Pasaron algunos meses desde esa noche mágica, era verano y yo estaba de vuelta —una vez más— en mi Granada majestuosa. Estaba en mi Granada, la abrazada de leyendas; la que en mis sueños me llamaba para que volviera.

Me doy cuenta de como han pasado ya algunos años desde que te vi por vez primera, y a partir de ese momento me sentí irremediablemente enamorada de ti.

Verano 2010

No quería perder tiempo y salí del hotel, que quedaba allá por los bajos del Albayzín, concretamente en el Paseo de los Tristes. Llevaba un vestido rojo y tanto mis zapatillas como mis labios iban a juego.

Recordaba el bar de la esquina, donde me tomaba por las mañanas mi café con media tostada y un jugo de naranja más dulce que un beso robado. Recordaba tus callecillas empedradas y lustrosas y tus balcones y patios floridos con olor a vida, con olor a hierbas, y las cerámicas adornando tus tapias blancas e impolutas.

Llegué entonces a mi calle preferida, la calle del Beso; ¿cuál beso? ¿Acaso aquel prohibido entre amantes furtivos?

Mientras pasaba por enfrente de una iglesia me encontré a una religiosa que barría las puertas de la misma, —se me ocurrió pensar: «¿Qué barrerá, sus pecados o los míos?».

Sonreí para mí misma y seguí mi camino. Caminaba lento, como pidiéndole permiso al calor para abrirme paso por tus callejuelas de fuego, y saltaba de sombra en sombra buscando frescor. El calor era insoportable, así como insoportables eran aquellos recuerdos. Recuerdos que nunca fueron.

La Alhambra, 2010

A la Alhambra iría al otro día, hoy tenía otras tareas pendientes: Buscaba un grafiti que unos años antes me había embelesado, y al final lo encontré. Estaba junto a la pared del Café Izaro; sus colores me representaban: eran rojos, negros, naranjas, amarillos, violetas, blancos. El rostro de una mujer altiva y al mismo tiempo serena llevaba sobre sus ojos una venda que decía: “Culpable”; como yo. Sus labios rojo-fuego estaban sellados y en su mano izquierda se podía leer la siguiente inscripción: “Si no me amas, yo te amaré”.

Me identificaba plenamente con esta frase. Y la repetí en un susurro callado, con un melancólico sabor dulce y al mismo tiempo amargo entre mis labios rojos.

Al caer la tarde me dirigí a los baños árabes que se ubican al lado de la iglesia de Santa Ana. Tenía una cita a la medianoche.

Era mi hora: dos veces doce. En ese ambiente en penumbras rodeado de fantasía, de olores y sofocos me sentía bien. Allí me transportaba, me sentía misteriosa, relajada, soñadora. A las doce de la noche. Saliendo me encontré a mi luna plena, —mi luna color de nácar—; ya no me sentía oscura.

El olor del jazmín, del arrayán y del romero invadían el aire tibio de la noche, te percibía por todas partes. La gente paseaba por la plazoleta: los mayores contaban historias de la Vela, los jóvenes disfrutaban de sus terrazas y sus conversas, las parejas cómplices se abrazaban, los turistas no nos cansábamos de fotografiarte: majestuosa Granada.

Yo sola y, al mismo tiempo, acompañada te olía, te sentía y te gritaba: —¡Te amaré por siempre! ¡Si no me amas, yo te amaré!“

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