zum Arbeitsmaterial »

Filomena

Me fascina en todas sus presencias: ya en el vientre de nuestras madres nos movemos en ella. Dos tercios de nuestro cuerpo está compuesto por ella; mis lágrimas, sean de alegría o de tristeza, son líquidas como ella.

Me fascina contemplarla en todo su esplendor en cualquier época del año. Es mi acompañante, mi acompañante líquido, mi sólida compañera: el agua.

Aunque su artículo sea masculino, no cabe duda de que es una fémina en todo su esplendor.

Y, como ella, impredecible: unas veces turbulenta; otras cristalina, sucia, limpia, revuelta, tranquila, necesaria, bendecida y, al mismo tiempo, temida: el agua en todos sus estados.

Milenario ha sido el camino para llegar a ella. Miles las formas de poseerla. Y caprichosa sigue siendo ella. ¡Oh, Filomena!

Hoy camino por mi puente preferido, ese que me permite contemplarla en toda su magnificencia en cualquier estación del año.

Mi puente, mi cómplice de historias. Camino pausadamente trataba de abrirme paso al viento, que hoy estába arremolinado.

Me llevo una mano a la parte de atrás de la cabeza para acomodarme mi bufanda es un viento fuerte mientras que con la otra mano trato de quitarme el cabello que me cubre el rostro.

Bajo el puente fluye ella: está allí, como siempre, imponente, transparente. Es un remanso; un remanso de paz. Amo caminar sobre este puente. Caminar por aquí me relaja.

Caminar no es simplemente caminar, es (a veces) hablar con él. Cuando camino por aquí siento como él desea platicarme, siente como me pide que se detenga.

Es un puente con muchas historias; unas se cuentan, otras permanecen ocultas entre sus hierros y sus cristalinas aguas.

¡Cómo nos parecemos! De mis historias también solo se conoce una parte; las otras, las verdaderas, se encuentra allí, presas entre mis apuntes y mis notas a medias.

No soy un caso aislado, todos somos “puente” entre nuestros “yos” y la sociedad que nos rodea.

De mis historias la que más me gusta es aquella, la del libro de Filomena, la del libro que (sin querer) cayó en sus aguas.

Él, (el río), no quería ese libro, pero su dueña lo llevaba consigo en el momento en que decidió ser libre…

»Se cuenta que ella no había sido nunca ella, siempre había sido la que los otros querían que ella fuera. Ella era solo un cuerpo que caminaba sin rumbo por la vida.

Aleatoriamente se iba definiendo, cadavérica, paso a paso por la vida se iba definiendo ella.

No era ella; era lo que los otros esperaban de ella. El libro que ella llevaba en sus manos ese día era su diario, el que comenzó a escribir desde que era una niña, es decir, hace un par de años.

Mas ¿qué son años? Los años no son más que el cúmulo de momentos vividos. Momentos, Augenblicke, instant… o como se los quiera llamar en la lengua que se los quiera llamar.

Momentos no son más que ’el ahora’, ese ’ahora’ que desde el momento en el que pasa ya es un ’fue’ que nunca se repetirá.

Momentos, los mismos que ella rasguñaba en sus hojas para luego ser arrancados por completo, otros eran borrados para ser reescritos de nuevo.

Momentos que, (en su libro rojo), eran plasmados para su eternidad.

Cuentan que cuando ella decidió liberar sus “yos” de tanta carga también decidió dar la libertad a sus palabras, a aquellas que se hallaban presas en esas hojas amartilladas por el tiempo.

Aquellas hojas acuñadas, acuñadas dentro de una cubierta gruesa protegida por un forro color rojo. Rojo como su sangre, rojo como el China imperial de sus labios, rojo como el abrigo que llevaba ese día de crudo invierno cuando decidió ser libre.

Cuentan que el centinela que la vio caminar decidida con su largo abrigo rojo, dispuesta, estaba paralizado.

Ver su fina figura contra la fina nieve que caía alborotada a su alrededor era una visión de otro mundo. La luz azulada de la mañana contrastaba con el amarillo de las lámparas de gas que aún estaban encendidas, y los copos danzaban alrededor de ella y de ellas.

Cuentan cómo el espectáculo de esa liberación divina fue grandioso, fue algo nunca visto.

Cuentan cómo las hojas desparramadas del libro surcaban livianamente el espacio e iban acompañadas por los copos de nieve: ¡Oh, Filomena!

¡Oh, Filomena! algunas veces las elevabas para dejarlas caer nuevamente, y flotando en el aire se deslizaban y bailaban y se alegraban de ver la luz, por fin, la luz, aunque estaban cayendo…«

Caminando por el puente recordaba la noticia que había leído por la mañana. »“Sturm “Filomena”: Mehrere Tote durch Schneechaos in Spanien«

Caminando recordaba la historia de Filomena nacieron un día como hoy. Ya el día de su nacimiento les anunciaba lo fría que sería su vida y lo solitaria y lenta que sería su existencia.

¡Oh, Filomena! Llegaste y arrasaste sus vidas, Copiosa y pausada caías, te amontonabas gustosa, mientras todos desesperados te apisonaban para acercarse más a ti.

Fuente: La nevada más fuerte en los últimos 50 años – El espectador.

Total visits: 573731

Melde dich hier für den Newsletter an
Was bist du?
crosschevron-down