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Hassliebe

Ha pasado ya una semana, sí, una semana. Una semana con sus días y sus noches. Una semana soleada, nublada, lluviosa, congelada, etc. En apenas una semana han pasado ya algunos acontecimientos que quedarán para la historia: La vacuna “dizque” ha llegado como salvadora,  los Reyes de  Oriente también pasaron puntuales por estos “lares” pero por whatsapp, por Youtube o por mensaje de texto. Y, como en una película mediocre de Hollywood el Capitolio en  Washington era tomado por un centenar de “descocados Truppfinos”: ¡Qué semanita, uff, llevamos!

Esta mañana me he levantado apabullada con tanta información: —¡Es hora de desconectar! me dije, así que  —no se hable más— después de dar clases, (online, por supuesto,), quedamos en hacer una corta excursión por nuestros alrededores.

Un camino de silencios y piedras preciosas desparramadas por doquier me esperaban. ¡Qué afortunada soy!  Tal vez eso me levante el ánimo. 

Después de unos treinta minutos llegamos a la región de Sangernboden (1450 msnm.), nos encontrábamos a 5,5 grados bajo cero y, a pasos sosegados, comenzamos nuestra mini-aventura.

Me sentía como el Principito en su planeta B612, mientras admiraba esa belleza impoluta a mi alrededor y la contrastaba con esa otra realidad de allá abajo, una paz me invadía por dentro.

El verde  perenne de esos pinos alpinos se encontraba engalanado con brillantes, perlas, zirconias, topacios, zafiros, ópalos destellando luz a nuestro paso: me  invitaban a fotografiar.

Hoy he llevado  mis  botas de color metálico a juego con mi  bufanda gris solo  dos detalles me dan color  el imperial rojo en mis labios cubiertos por mi ’tapaboca‘ de un riguroso negro y mis guantes, regalo de mi hija, cuando viajó a Corea del Sur hace tres años. 

Mi chaqueta es relativamente nueva, la compré en Beijing, donde estuve de vacaciones hace algún tiempo. 

Beijing, ¡Qué recuerdos! todo  era extraño: la gente, la comida, los olores, las señalizaciones, etc. me sentía tan chiquitita y, aunque  estábamos a ocho grados bajo cero no sentía frío: como hoy. 

El cielo azul brillaba intensamente, recuerdo como  disfrutaba de tan bella vista mientras me dirigía, diligentemente, a conocer la famosa Muralla China: como hoy.

Aspiro, mientras camino, ese viento frío que me entra por la nariz y me sale por la boca, me la seca. A lo lejos diviso el funicular de Oteleuenbad cerrado,  deslizo mi mirada sobre los cables de acero hasta llegar a esa  montaña imponente cubierta de nieve blanca, inmaculada, sin pecado ni culpa. ¡Oh, qué suerte la de ella! Desde su flanco se perfila un cielo azul nítido; recuerdo nuevamente a Beijing vuelvo a sonreír.

Me encuentro en el camino leyendo los paneles de información para el turista, soy una de ellos: leo  y espero.

Me imagino  “los ires y venires” de esos turistas unos llenos de vida, otros de sufrimientos, algunos alivian aquí sus problemas, otros realizan sus sueños. 

La información está clara y en varios idiomas: a dónde ir, a qué hora abren, a qué hora cierran, e incluso se  puede leer la disculpa por la situación debido al corona.

Al mismo tiempo me doy cuenta de que yo misma me encuentro a medio camino y, ¿quién me informa a dónde debo ir, a quién debo esperar, a quién tengo que dejar? Y lo más importante, nadie me pide disculpas por haber partido sin avisar. 

Estamos en el estacionamiento del parque unos esperan pensativos, otros leen, otros escuchan música, otros hacen simplemente ruido, otros conversan con otros, los más optimistas se preparan para subir a pie hasta la pista de esquí de fondo  con su mejor equipo para que los lleve allá, a la cúspide de esa montaña que se divisa a lo lejos y poder  disfrutar de la nieve, de esa nieve que en algunos años cubrirá mis sienes.

¿Habré cumplido hasta ese día mis sueños?

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