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Llegamos a Sicilia

Desde Tropea hasta el muelle donde tomamos el ferry para Sicilia nos tomó dos horas largas. Del puerto de Messina a Fontana blanca dos horas más.

Un camino tranquilo, bordeando de vez en cuando la costa y admirando ese mar color añil en contraste con el cielo lechoso de techo nos hacía olvidar, por momentos, la belleza infinita de nuestro planeta subyugada a su verdugo, — el hombre—, quien con su inconsciencia pudre de basura sus caminos tanto a su izquierda como a su derecha.

Basura que tarde o temprano llegará a ese mar de ensueño para convertirse en una pesadilla para sus habitantes marinos: verdaderas víctimas de las consecuencias de la modernidad.

Temperatura agradable para manejar.

Dejamos Calabria sin olvidarnos del  volcán Stromboli que, a lo lejos, y cara a cara con nosotros nos recordaba que su puesta de humo no era solo el sahumerio que exhalaba  para limpiar las conciencias de los calabreses y los turistas, sino que en pocos días se haría aún más presente en esa región que dejábamos.

En unos treinta minutos pasamos de dejar tierra firme para dirigirnos a la isla de Sicilia. Llegamos a la región de Sirakusa , concretamente a Fontana bianca, después de almorzar con una vista espectacular en el restaurante “La mala mujer” me preguntaba; —¿Quién sería ella? O ¿qué debería de haber hecho esa mujer para tildarla de mala?

Llegamos al hotel, una casona rodeada de jardines, limoneros, palmas y, entre esta tupida vegetación, se encontraban las habitaciones que, hoy por hoy, estaban oscuras, pero imaginamos que durante el verano caluroso y seco serán una bendición.

Salimos inmediatamente a la playa para disfrutar los últimos reflejos del sol y continuar con mi lectura: “Señoría” de Jaume Cabré

Por la noche, mientras caminábamos dirección “Mala fémina” por segunda vez, me di cuenta de que mi amiga la luna se encontraba casi llena, dorada y diáfana, nos acompañaba. Estoy casi segura de que si hubiese estado sola me hubiera confiado el secreto de esa otra mujer mala.

¿Será ella? ¿Seré yo? ¿Será Elvireta, la Elvireta de los amores clandestinos de su señoría? Ese, ¿el que tenía pies de barro?

 

Curiosa coincidencia, las calles de este pueblecillo tienen los nombres de las estrellas del "primer libro de su señoría". El señor destino no me ha podido escoger mejor lugar para terminar con mi lectura.

Las calles del pueblo que nos albergaba llevaban nombres como Calliope, Urania, Clio, Muse, Orione, Perseo, Galatea, Via delle Contellazioni, Orsa Maggiore, Orsa Minore, Stella Polare, Prometeo. Me encontraba en la tierra de sus dioses, en aquella noche plenilunada,  los mismos que se encontraban en mi lectura.

Las callejuelas llevaban los nombres de esas estrellas que don Rafael Messe escudriñaba en el firmamento en la Via delle Contellazioni, para hacerse de su belleza y de sus conocimientos. 

Su señoría sin título ni cuna, el que quería llegarle, por lo menos, a los pies de un verdadero nigromagno, pero no se daba cuenta de que sus pies de barro no se lo permitirían.

En mi lectura ese ser minúsculo “su señoría” se encontraba escudriñando el firmamento al amparo de la sombra de su Elvireta, la doncella de sus infortunios y yo me encontraba a los pies del Etna remojando mis pies en las cristalinas aguas del mar siciliano en esa noche excepcionalmente brillante, próxima y sin nubes.

Mi propuesta para los días siguientes:

  • Terminar la lectura del libro: listo.
  • Jugar Rumikub, jazzy,  dominó: listo
  • Escribir un poco: listo
  • Dar clases online: listo
  • Prepararnos para continuar  en dirección al valle de los templos, Agriento: listo.

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