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Pompeya: Una de cal y otra de arena

En la habitación hago nuevamente mis maletas para continuar nuestro viaje, mientras él recostado en la cama le prestaba toda su atención a su móvil: Normal, pensé. Continué… preparé mi bolso de mano con todo aquello que se puede necesitar cuando viajas y no tienes un destino fijo: alcohol para las manos, peine, ganchos para el pelo, pañuelos desechables, el monedero, las gafas de sol, etc. 

Además, en mi bolso no puede faltar un desodorante, una barra de labios, pañitos húmedos para limpiar los espejuelos de mis lentes y mi perfume viajero, (en esta ocasión me acompaña Narciso Rodríguez).

Para viajar cómoda me puse un vestido negro de algodón ligero y zapatillas blancas deportivas, mis pendientes eran de color rojo coral haciendo juego con la cinta de mi bolso y mis labios. Lista le dije, y comencé a mover mi maleta y mi  bolso  dirección puerta.

—Él me preguntó: ¿Para dónde vas?

— Le contesté al coche, hoy continuamos nuestro viaje, hoy vamos a Pompeya. Él me contestó que sí, pero esta noche la pasamos en este hotel. Ahora entendí porque estaba tan relajado esperándome.

Lo único que necesitaba era tomar mi cartera con mis gafas de sol, mi monedero, el móvil, los pañuelos desechables , mi paraguas pink, mi alcohol y nada más. Típico, pensé… Elena, despistada. ¿Qué sería de mi vida sin él?

Tengo un problema cuando viajo y es que, leo. Leer para mí es peligroso, porque no puedo desconectar y, después de pasar un par de horas leyendo me quedo como en el limbo pensando en no se qué.

Con su paciencia inquebrantable, me esperó y salimos a tomar el coche para lanzarnos a nuestra nueva aventura: Pompeya.

Colocamos ese aburrido pero indispensable “chisme” a funcionar: el móvil con el mapa que nos enseñaría el camino para llegar hasta las famosas ruinas, (marcaba treinta y dos minutos),  nos pusimos los cinturones de seguridad, chequeamos los espejos retrovisores, las luces, los kilómetros y la gasolina: Listos.

Manejábamos escuchando las indicaciones de móvil sin prestarle mucha atención a la pantalla del mismo. De pronto no escuchamos nada más y solamente el numero cero se marcaba en la pantalla del móvil. Nos pusimos nerviosos y no sabíamos qué camino tomar; seguir adelante o salir de la autopista.

Decidimos salir de la autopista y regresar nuevamente al punto en el que nos habíamos equivocado, ¡Qué pésima idea! Llegamos no sé a dónde.

Confirmamos que Napoles tiene  montañas, no solamente mar, y para atravesarlas hay que adentrase en ellas: túneles.

De los treinta y dos minutos que estaba previsto para llegar desde el hotel a Pompeya nos tomó dos horas y media. 

Un embotellamiento de padre y Dios mío. A nadie le importaba un reverendo rábano si éramos turista o no. Nos adelantaban por la izquierda o por la derecha. Una locura. ¿Una locura? No. Locura y media, porque todo esto sucedía dentro del túnel, donde la cola se movía a cuenta gotas y yo casi con un ataque de claustrofobia. Por fin llegamos. Ésta historia fue la de cal.

Parqueamos a la entrada del recinto de Pompeya. Cuando quisimos comprar los billetes nos dijeron que era domingo y que la entrada era gratis. Y ésta es la de arena.

Entramos con otras dos mil personas más. Era un hervidero de turistas y lugareños burbujeando entre la antigüedad y la modernidad. Muchas familias se entretenían con sus niños contándole  historias a sus retoños. Muchos turistas seguían fielmente los pasos de sus guías para enterarse con lujo de detalles de la vida antes de…(la erupción de este magnánimo volcán  allá por el año 79 d.C).

Caminábamos y no podía creérmelo que toda aquella materia estudiada sin ánimos y sin gusto en mi época de bachillerato se encontraba hoy bajo mis pies. Y el Vesubio se erguía como centinela mudo detrás de las ruinas de esa ciudad sepultada.

Valió la pena llegar con retraso hasta aquí e imaginar los guerreros esclavos esperando en sus celdas para salir a combatir con feroces fieras o las mujeres caminando por sus calles para buscar agua, e incluso sus prostitutas dejando sutilmente sus mensajes en el fango de sus calles para sus señores.

Después de algunas horas hablando, recorriendo, imaginando, fotografiando, etc. decidimos recorrer un poco la famosa costa Amalfitana, pero pronto desistimos de la idea.

De vuelta al hotel cansados, pero contentos, tuvimos, esta vez la precaución de mirar y escuchar atentamente ese famoso chisme de GPS. Llegamos como lo había previsto hoy por la mañana en 32 minutos a nuestro destino.

Nos bañamos, nos cambiamos y salimos al restaurante del hotel a tomar nuestra cena  y disfrutar de unas vistas tranquilas lejos del ruido en Capodimonte.

Mañana seguiremos bajando para dirigirnos  a Calabria,  concretamente a Cabo Vaticano, donde  estaremos, por trabajo, en un magnífico Resort por  tres días.  Aunque  debo dar clases online, me alegra esta mini-vida de nómada digital porque amo enseñar.

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